viernes, 4 de octubre de 2013

Nacimiento

    "El nacimiento no es un acto,es un procéso"
                                     Erich Fromm,psicólogo alemán.
La Rana Sylvatica (Woodfrog) es un ser raro, su excepcionalidad consiste en lo excéntrico de morirse cuando quiere y volver a la vida del mismo modo.  Hace ese viaje a esa otra dimensión cada invierno, quedándose quieta y acurrucada, sus órganos comienzan un proceso de congelación escalonado que termina en la completa paralización por hipotermia del animalito; lo que queda es algo que se asemeja a una hoja seca o un trozo de madera olvidado que la nieve cubrirá por todo el invierno.  Dos o tres meses más tarde y con los primeros intentos de primavera, el bosque y la rana comenzarán el milenario proceso de deshielo, los árboles parirán hojas verdes y frutos, y nuestra rana, sin contar con nadie, volverá a su saltarina vida; al principio le costará trabajo recuperar sus músculos tras tan larga inmovilidad, pero vivirá, saltará, trepará y se alimentará hasta su próxima muerte, decidida por ella sin contar con nadie ni verse en el compromiso de tener que escribir notas de despedida antes del suicidio.
La única conclusión a la que llego es que este animal sabe del sufrimiento del invierno y por tanto usa la evasividad como técnica; sabe que el alimento va a escasear y prefiere morirse un rato y evitar así la hambruna.  Tampoco le interesa ser presa fácil; no es lo suficientemente fuerte como para enfrentar a un hambriento zorro y opta por desaparecer de entre los vivos; quedándose inmovil pasará inadvertida, y muriendo un poco vivirá más.  Estar muerto no duele.
Así de muerto vine yo a la vida.  Ciertos contratiempos condujeron a que me tragara cuanto líquido pestilente se produjera en el vientre de mi mamá, inundando mis recién estrenados pulmones. Cuentan que vine vestido de un púrpura intenso y asfixiante y que luciría ese traje durante un tiempo.  Estaba muerto.  Yo, al igual que la rana, preferí morir un poco antes que enfrentar el dolor; no me dolia,estar muerto no duele.
Un par de historias al respecto me fueron contadas, pero de ellas prefiero una, por conmovedora, humana y digna de cinematografía.  Cuentan que mientras me debatía entre quedarme muerto o ingresar en el registro público, una de mis abuelas propuso colocar un vaso de agua debajo de la cunita que sostenía el manojo de carnes que conformaban mi cuerpo, como solución a mi mal.  Alguien más propuso algo, pero quien no propuso nada y se aventuró del todo fue una enfermera que, colocando una venda entre sus labios y los míos, aspiró tan fuertemente que produjo el efecto de un volcán, saliendo de mi interior todo aquello que ocupaba mis entrañas y me obstruía el vivir, fue como el bíblico soplo que da vida, pero a la inversa, sístoles y diástoles en armonía...entonces, lloré.  Eran alrededor de las cuatro de la mañana de un domingo 5 de septiembre de 1962.  Todo este esfuerzo por traerme a la vida habría sido en vano justo al cumplir mi primer mes y medio de existencia: la hecatombe nuclear era inminente, y tal véz la rana de la historia se salvara, pero nosotros, no.  Por alguna razón estábamos predispuestos a hundirnos en el mar y morir por la patria.  A diferencia de la ranita, alguien desconocido para mí decidía mi muerte. Tras tanto batallar por vivir!...entonces decidí asirme a la teta de mi mamá y esperar así, de nuevo, morir.
Volviendo a mi nacimiento, ya dije que fue un domingo de temprana mañana y ya dije también que corría el año de nuestro señor de 1962.  Lo que no he contado es que fue en La Habana, en el centro, en la calle Reina, muy cerca de una iglesia que se me antoja de estilo gótico.  La Habana de 1962 era una Habana militante y miliciana, pero apuesto a que aún sonaban campanas en las iglesias llamando a la misa dominical, lo que me hace pensar que la iglesia de Reina sonó las suyas esa jornada..por mi vida?..por mi muerte?..nunca lo sabré y me alegra que así sea; el calamitoso estado en que vine al mundo, el solplo de vida a la inversa de aquella enfermera y cientos de consignas y uniformes, me apartaron de la religión para siempre, entonces no le debo agradecimiento a dios alguno, mi nacimiento a la vida se lo debo a Hildelisa, la eterna madre, a esa enfermera semi santa y negra vestida de blanco que con su beso me exorcizó, y a mis ganas de venir a joder a este mundo, parafraseando a Neruda "Confieso que he jodido".